Existen secretos que se tatúan en la profundidad de un silencio. La realidad se ha convertido en una permanente amenaza, así que ocultamos lo que sentimos en el interior de lo que en realidad somos.
Hay amores que viven en la oscuridad de las sombras esperando ser descubiertos. Se derriten en máscaras de indiferencia pero siguen siendo los mismos. Lo sé porque he sido una de ellos. Pero supongo que no me queda más que esperar. En ocasiones lo he pensado y termino preguntándome: ¿Hasta cuándo? ¿Y qué haré mientras tanto? La gente no es más que un estorbo a la soledad; se visten de sonrisas, hablan de amor y al parecer son felices.
Yo simplemente me quedo al otro lado, ajeno, como una isla que se aleja. No existe soledad más desesperante que la que se siente cuando no esperas llegar a ninguna parte. Cuando al final comprendes que no encontrarás esa persona que quiera quedarse para siempre.
Escribo el resto de mis días junto a la ventana, mirando atardeceres que nunca compartiré con nadie. Los colores se desprenden, el sol se aleja y a mí no me queda más que cruzarme de brazos. El mundo tiene un sabor amargo, y a pesar de todo me da ganas de surcarlo, atreverme a desplegar estas alas cansadas y salir a decirle que la quiero. Encontrarme con su sonrisa y tener la esperanza en que nadie vendrá a destrozarnos la vida.