A las 9 de la noche salí del trabajo. La niebla me acompañaba mientras conducía a nuestra casa. Debería haberme quedado trabajando horas extra, porque mi salario normal es de 900 pesos, pero no lo hice. Cuando estuve cerca de casa, decidí comprar un ramo de rosas blancas, sus favoritas. Abrí la puerta del edificio, y subí las escaleras. Entré al apartamento, y con cara sonriente entré a nuestra habitación.
Fue ahí cuando la vi, teniendo relaciones con el vecino, quien yo creía que, era homosexual.
Cerré la puerta sin que me oyeran, sin que me vieran, sin que se preocupara. Pronto fui a la cocina y, prepotente, saqué un cuchillo para asado de un cajón. ¿Sería capaz de hacerlo? Sí. La ira me controlaba, aunque no se hubiera podido distinguir sentimiento alguno en mi rostro. Me dirigí al cuarto. Cuando entré mi esposa me miró, y vio el cuchillo. Luego él me observó, y ambos se cubrieron con las sábanas. Me acerqué al tipo primero, y decididamente enterré el cuchillo en su espalda, una, dos, y tres veces. Su cuerpo se desplomó es el suelo.
Me acerqué a mi esposa. Le di un beso."Te amo" fue lo último que le dije, antes de cortar su garganta.
Dejé mi instrumento de muerte en las sábanas blancas, impuras, manchadas de sangre, despojadas de felicidad. Me largué a llorar, al mismo tiempo que los nervios me inducían a la risa. Miré el ramo que yacía en el piso del living.
Cuando lo vi me di cuenta de que había asesinado al amor de mi vida, que sin embargo me había engañado en mi propia cama. La tristeza fue tal, que tomé el mismo cuchillo con que los había matado a los dos, y corté mis venas, partiendo desde la muñeca hacia el codo. Tardé 5 minutos en desangrarme, pero yo ya había muerto cuando la maté a ella.
Escrito no identificado
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