No recuerdo cuando comenzaron mis ataques, mis episodios de ira, gritos y acciones irracionales ante ciertos cambios de ánimo, situaciones o dichos de personas. Solo llorar y gritar sin importar donde estuviese o si la gente de alrededor me observaba, no podía controlarme, solo sucedía y terminaba abatida en el suelo.
Estaba comenzando mi adolescencia eso es algo certero. Imágenes de mis padres tratando de hacerme reflexionar y explicándome las consecuencias de los actos, estoy rememorando en este momento. Haber dejado la escuela por no poder soportarla, soportarlos y soportarme, también la vez que comenzó todo esto de las “pastillas de felicidad” siendo el diagnóstico del trastorno bipolar que luego pasarían a rectificar como esquizofrenia o con cuantas otras palabras que jamás me importaron; solo sé que quería mejorar pero luego pensaba que sería imposible cambiar mis pensamientos.
Me recetaron unas cuantas píldoras; antipsicóticos y antidepresivos eran mi desayuno, almuerzo y cena. Pero ellas solo lograban confundir mi mente, me atontaban y me hacían dormir, despertaba más cansada aún y con dolores físicos. Las dejé de tomar.
Las ideas de suicidio nunca se habían ido y ahora teniendo la posibilidad de acumular estas pastillas, no la desaproveché, engañaba a mi madre y en vez de tomarlas me las guardaba hasta que tuve varias en mi colección. Pero por más veces que lo intenté solo podía tomar hasta 5 sin vomitar luego, eso era desesperante y frustrante.
Así que solo me limité a ingerirlas a mi libre decisión, es decir cuando el ruido de la mente no cesaba. Pero esto recién empezaba, los ataques continuaban y los médicos las dosis aumentaban. Comencé a mezclarlas con alcohol y la amnesia era algo común a mis días, no recordaba nada de lo que había hecho, solo las marcas y cortadas en mí piel reflejaban que algo había sucedido, que el tiempo transcurría, que seguía viva.
Me las ingeniaba para conseguir el dinero para el alcohol y cuando no era posible me irritaba tanto que en un momento mis padres decidieron comenzar procurármelo ellos para que no me excediera y terminara en el suelo vomitando.Y en esta situación estuve unos meses, pasando las horas frente a la computadora, apenas saliendo de la oscuridad de mi habitación.
Pasé tiempo en el psiquiátrico y en centros de rehabilitación, intente varias veces cometer suicidio. Y hoy lo sigo pensando y las pastillas, aunque sean otras “las amigas”, me siguen acompañando, este infierno parece no terminar, creo que no tengo más solución pero: ¿Por qué sigo? ... solo sé que soy un desastre y que ya he perdido toda esperanza.
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