"Mi libro de cabecera es un revólver y quizá alguna vez al acostarme, en vez de apretar el interruptor de la luz, distraído, me equivoco y aprieto el gatillo."
Jacques Rigaut nació en París el 30 de diciembre de 1898, fue un poeta surrealista francés y formó parte del movimiento dadaísta. Su trabajo trata a menudo sobre el suicidio, hasta el punto de que llegó a considerar su consecución exitosa como su principal ocupación en la vida.
Sobre él se ha dicho que fue a la edad de 20 años cuando decidió su destino, consideraba que no sólo el dolor sino también la ausencia de placer era un mal intolerable. Se cuenta que este no solo centró su creatividad artística poética al problema de la autodestrucción sino que fundó la Agencia General del Suicidio; una sociedad real en la que aleccionaba sobre maneras de matarse y facilitaba a los futuros suicidas todo lo necesario para el acto final.
Luego de unos últimos años marcados por recurrentes ingresos a centros de rehabilitación como consecuencia de su adicción a las drogas y tal como lo había anunciado tantas veces, el 6 de noviembre de 1929 a la edad de 30 años, decidió que el momento había llegado: se vistió completamente con su característico estilo dandy, se tendió en la cama y se rodeó de almohadones para que el impacto no le hiciera perder la postura, luego se disparó una bala en el corazón.
"(...) acababa de acostarme, después de una velada en la que mi hastío no había sido, ciertamente, más asediante que las demás noches, y tomé la decisión y, al mismo tiempo –lo recuerdo con precisión absoluta–, articulé la única razón para hacerlo. Y ahí mismo, ¡zas!, me levanté y fui en busca de la única arma que había en la casa, un pequeño revolver adquirido por uno de mis abuelos y cargado con balas igualmente viejas (en seguida veremos por qué insisto en este detalle). Acostado desnudo en mi cama, desnudo me hallaba en mi habitación. Hacía frío. Me apresuré en sumergirme bajo las mantas. Había armado el gatillo y sentí el frío del acero en mi boca. Parece verosímil que en aquel momento había sentido latir mi corazón, tal como lo sentía al oír el silbido de un obús antes de estallar, como en presencia de lo irreparable aún no consumado. Oprimí el disparador, el percutor cayó, pero el balazo no se produjo. Entonces deposité el arma en una mesita, probablemente riéndome con alguna nerviosidad. Diez minutos más tarde, dormía. Creo que acabo de hacer una observación algo importante, tanto que ¡naturalmente! Va de suyo que ni por un instante pensé en un segundo disparo. Lo que interesaba era haber adoptado la decisión de morir, no que yo muriera.
El tedio y un hombre al que no se le escatiman tedios encuentran quizá en el suicidio la consumación del más desinteresado gesto, ¡siempre que no sienta curiosidad por la muerte! No sé en absoluto cuándo ni cómo he podido llegar a pensar así, lo cual, por lo demás, no me fastidia. Pero he ahí, sin embargo, el acto más absurdo, y la fantasía en su fuente, y la desenvoltura más lejana que el sueño, y el más puro compromiso.”
Mis suicidios, Jacques Rigaut.
No hay comentarios:
Publicar un comentario