martes, 20 de mayo de 2014

Epitafio

A ratos vivos alegre igual que un lirón

este poeta loco, amador e indolente,

y otras veces sombrío cual Clitandro doliente...

cierto día una mano llamó a su habitación.

¡Era la muerte! Entonces él suspiró: "Señora,

dejadme urdir las rimas de mi último soneto".

Después cerró los ojos -acaso un poco inquieto

ante el frío enigma -para aguardar su hora...

Dicen que fue holgazán, errátil e ilusorio,

que dejaba secar la tinta en su escritorio.

Lo quiso saber todo y al final nada ha sabido.

Y una noche de invierno, cansado de la vida,

dejó escapar el alma de la carne podrida

y se fue preguntando: ¿Para qué habré venido?.


Escrito no identificado




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