A ratos vivos alegre igual que un lirón
este poeta loco, amador e indolente,
y otras veces sombrío cual Clitandro doliente...
cierto día una mano llamó a su habitación.
¡Era la muerte! Entonces él suspiró: "Señora,
dejadme urdir las rimas de mi último soneto".
Después cerró los ojos -acaso un poco inquieto
ante el frío enigma -para aguardar su hora...
Dicen que fue holgazán, errátil e ilusorio,
que dejaba secar la tinta en su escritorio.
Lo quiso saber todo y al final nada ha sabido.
Y una noche de invierno, cansado de la vida,
dejó escapar el alma de la carne podrida
y se fue preguntando: ¿Para qué habré venido?.
Escrito no identificado
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